EL CONDON O LA FIDELIDAD
Quiero compartir dos anécdotas para este día primero de diciembre que nos anima a todos a la prevención y a la lucha contra el SIDA
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El CONSEJO DEL ABUELO
Un joven adolescente y su abuelo fueron de pesca juntos. Mientras pescaban, el abuelo comenzó a hablar sobre sus años mozos y como han cambiado tanto las cosas. El joven se interesó mucho en el tema y continuó hablando acerca de los problemas de los jóvenes y de las enfermedades sexuales contagiosas tan comunes ahora.
Y preguntó: “Abuelo, cuando eras joven no había tantos problemas ni tantas enfermedades de esas, ¿verdad?
El abuelo dijo: No.
El joven preguntó de nuevo: “Si, pero, ¿que usabais vosotros para tener un SEXO SEGURO?
A lo que el abuelo, riéndose y casi sin pensar, contestó: “Un anillo de boda”
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¿Por qué no enseñan valores morales y autocontrol a mi hijo?
Estaba mirando una nota del liceo de mi hijo de 15 años que invitaba a los padres a una reunión para analizar el contenido del nuevo curso sobre sexualidad. En la reunión los padres podrían examinar el plan de estudios y tomar parte en una lección real que se presentaría exactamente igual a la que se daría luego a los estudiantes.
Cuando llegué al liceo, me sorprendió encontrar sólo a una docena de padres. Mientras esperábamos por la presentación, hojeé a través de la páginas del material del curso, había muchas instrucciones sobre cómo evitar el embarazo y sobre la prevención de las enfermedades de transmisión sexual. No encontré casi nada sobre el autocontrol y el valor de la pureza sexual como preparación para el verdadero amor conyugal que se consuma en la intimidad del matrimonio.
Cuando el profesor llegó junto con la psicóloga y la enfermera nos animó al dialogo y si teníamos alguna pregunta. Yo pregunté por qué los valores de la pureza y la fidelidad no estaban incluidos en el contenido del programa.
Lo que pasó a continuación me sorprendió y me impactó negativamente. Todos comenzaron a reírse, y alguien sugirió que si yo pensaba que la abstinencia sexual en los jóvenes tenía mérito o valor, debería hacer como el avestruz y enterrar mi cabeza en la arena. El profesor, la psicóloga y la enfermera no dijeron nada en ese momento en que yo me sumergía en un mar de turbación y disconformidad. Mi mente se había quedado en blanco, y en esas circunstancias ya no podía pensar en nada más que decir.
El profesor me explicó que el trabajo del liceo era sólo enseñar "la realidad y los hechos," y que era en nuestras casas o en las iglesias donde recaía el deber y la responsabilidad de enseñar “LA MORAL.” Permanecí sentado en silencio durante los próximos 20 minutos a medida que se seguía explicando el curso. Todos los otros padres parecían dar su apoyo incondicional a aquellos materiales de enseñanza.
"Tenemos pastelitos en el fondo para todos," se anunció durante el descanso. "Me gustaría que por favor todos ustedes se pusieran las etiquetas que hemos preparado con el nombre correspondiente de cada uno al lado de la mesa de los pastelitos y, que conversen y se conozcan con los otros padres.”
Todos se fueron a la parte de atrás de la sala. Se ponían las tarjetas con su nombre, saludándose y dándose apretones de manos. Mientras, yo continuaba sentado, pensando. Estaba avergonzado y frustrado de no haber podido convencerles de la necesidad de incluir en esos materiales una discusión seria sobre la importancia del autocontrol y la abstinencia sexual para nuestros hijos. Meditando, proferí una oración silenciosa para recibir guía e inspiración.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por una mano en mi hombro.
¿"No va a reunirse usted con los otros"? dijo la enfermera que me sonreía amablemente.
"Los pastelitos están muy buenos."
"No, gracias," contesté.
"Muy bien, pero, ¿no desea ponerse la tarjeta con su nombre? Estoy seguro que a los otros padres les gustaría mucho conocerlo."
En ese momento sentí un fuerte impulso, una voz interior que me decía: "no vayas". Mi intuición era inequívoca. ¡"No vayas"!
"Gracias, pero esperaré aquí," le dije.
Cuando la reunión continuó, el profesor miró a su alrededor y agradeció mucho a todos por haberse puesto las tarjetas con su nombre.
Entonces dijo: "Vamos a impartir la misma lección que daremos a sus hijos. Por favor, saquen las tarjetas con su nombre de las fundas de plástico y denles la vuelta. En la parte de atrás de UNA de sus tarjetas, yo dibujé una pequeña flor. ¿Quién la tiene?"
El señor que estaba enfrente la levantó. "Aquí está."
"Muy bien," dijo el profesor. "Esa flor representa una enfermedad. ¿Recuerda usted a quienes saludó con un apretón de manos?"
El señaló a un par de personas. "Muy bien, el apretón de manos en este caso representa la intimidad sexual. Así que esas dos personas con las que usted tuvo contacto, ahora tienen también la enfermedad."
Había muchas risas y bromas en ese momento entre los padres. El profesor continuó: "¿Con quiénes más ustedes dos estrecharon las manos?"
Rápidamente todos entendieron el ejemplo, y el profesor señaló cómo esa lección mostraría a los estudiantes lo fácil y rápido que las enfermedades de transmisión sexual se extienden. "Puesto que todos nosotros nos estrechamos las manos, TODOS estamos infectados."
Fue entonces cuando sentí el coraje de levantarme, pues esa voz interior ahora me decía: "Esta es la mejor oportunidad y momento para hablar, pero hazlo con humildad."
Me disculpé por cualquier perturbación que habría podido haber causado antes por mi actitud o por lo que había dicho, felicité al profesor por lo bien ilustrada que estaba esa lección, que sin duda impresionaría a los muchachos, y concluí diciendo que tenía sólo una importante aclaración que hacer:
"No todos nosotros fuimos infectados," dije. "Uno de nosotros... practicó la abstinencia y se abstuvo."
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Quiero compartir dos anécdotas para este día primero de diciembre que nos anima a todos a la prevención y a la lucha contra el SIDA
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El CONSEJO DEL ABUELO
Un joven adolescente y su abuelo fueron de pesca juntos. Mientras pescaban, el abuelo comenzó a hablar sobre sus años mozos y como han cambiado tanto las cosas. El joven se interesó mucho en el tema y continuó hablando acerca de los problemas de los jóvenes y de las enfermedades sexuales contagiosas tan comunes ahora.
Y preguntó: “Abuelo, cuando eras joven no había tantos problemas ni tantas enfermedades de esas, ¿verdad?
El abuelo dijo: No.
El joven preguntó de nuevo: “Si, pero, ¿que usabais vosotros para tener un SEXO SEGURO?
A lo que el abuelo, riéndose y casi sin pensar, contestó: “Un anillo de boda”
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¿Por qué no enseñan valores morales y autocontrol a mi hijo?
Estaba mirando una nota del liceo de mi hijo de 15 años que invitaba a los padres a una reunión para analizar el contenido del nuevo curso sobre sexualidad. En la reunión los padres podrían examinar el plan de estudios y tomar parte en una lección real que se presentaría exactamente igual a la que se daría luego a los estudiantes.
Cuando llegué al liceo, me sorprendió encontrar sólo a una docena de padres. Mientras esperábamos por la presentación, hojeé a través de la páginas del material del curso, había muchas instrucciones sobre cómo evitar el embarazo y sobre la prevención de las enfermedades de transmisión sexual. No encontré casi nada sobre el autocontrol y el valor de la pureza sexual como preparación para el verdadero amor conyugal que se consuma en la intimidad del matrimonio.
Cuando el profesor llegó junto con la psicóloga y la enfermera nos animó al dialogo y si teníamos alguna pregunta. Yo pregunté por qué los valores de la pureza y la fidelidad no estaban incluidos en el contenido del programa.
Lo que pasó a continuación me sorprendió y me impactó negativamente. Todos comenzaron a reírse, y alguien sugirió que si yo pensaba que la abstinencia sexual en los jóvenes tenía mérito o valor, debería hacer como el avestruz y enterrar mi cabeza en la arena. El profesor, la psicóloga y la enfermera no dijeron nada en ese momento en que yo me sumergía en un mar de turbación y disconformidad. Mi mente se había quedado en blanco, y en esas circunstancias ya no podía pensar en nada más que decir.
El profesor me explicó que el trabajo del liceo era sólo enseñar "la realidad y los hechos," y que era en nuestras casas o en las iglesias donde recaía el deber y la responsabilidad de enseñar “LA MORAL.” Permanecí sentado en silencio durante los próximos 20 minutos a medida que se seguía explicando el curso. Todos los otros padres parecían dar su apoyo incondicional a aquellos materiales de enseñanza.
"Tenemos pastelitos en el fondo para todos," se anunció durante el descanso. "Me gustaría que por favor todos ustedes se pusieran las etiquetas que hemos preparado con el nombre correspondiente de cada uno al lado de la mesa de los pastelitos y, que conversen y se conozcan con los otros padres.”
Todos se fueron a la parte de atrás de la sala. Se ponían las tarjetas con su nombre, saludándose y dándose apretones de manos. Mientras, yo continuaba sentado, pensando. Estaba avergonzado y frustrado de no haber podido convencerles de la necesidad de incluir en esos materiales una discusión seria sobre la importancia del autocontrol y la abstinencia sexual para nuestros hijos. Meditando, proferí una oración silenciosa para recibir guía e inspiración.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por una mano en mi hombro.
¿"No va a reunirse usted con los otros"? dijo la enfermera que me sonreía amablemente.
"Los pastelitos están muy buenos."
"No, gracias," contesté.
"Muy bien, pero, ¿no desea ponerse la tarjeta con su nombre? Estoy seguro que a los otros padres les gustaría mucho conocerlo."
En ese momento sentí un fuerte impulso, una voz interior que me decía: "no vayas". Mi intuición era inequívoca. ¡"No vayas"!
"Gracias, pero esperaré aquí," le dije.
Cuando la reunión continuó, el profesor miró a su alrededor y agradeció mucho a todos por haberse puesto las tarjetas con su nombre.
Entonces dijo: "Vamos a impartir la misma lección que daremos a sus hijos. Por favor, saquen las tarjetas con su nombre de las fundas de plástico y denles la vuelta. En la parte de atrás de UNA de sus tarjetas, yo dibujé una pequeña flor. ¿Quién la tiene?"
El señor que estaba enfrente la levantó. "Aquí está."
"Muy bien," dijo el profesor. "Esa flor representa una enfermedad. ¿Recuerda usted a quienes saludó con un apretón de manos?"
El señaló a un par de personas. "Muy bien, el apretón de manos en este caso representa la intimidad sexual. Así que esas dos personas con las que usted tuvo contacto, ahora tienen también la enfermedad."
Había muchas risas y bromas en ese momento entre los padres. El profesor continuó: "¿Con quiénes más ustedes dos estrecharon las manos?"
Rápidamente todos entendieron el ejemplo, y el profesor señaló cómo esa lección mostraría a los estudiantes lo fácil y rápido que las enfermedades de transmisión sexual se extienden. "Puesto que todos nosotros nos estrechamos las manos, TODOS estamos infectados."
Fue entonces cuando sentí el coraje de levantarme, pues esa voz interior ahora me decía: "Esta es la mejor oportunidad y momento para hablar, pero hazlo con humildad."
Me disculpé por cualquier perturbación que habría podido haber causado antes por mi actitud o por lo que había dicho, felicité al profesor por lo bien ilustrada que estaba esa lección, que sin duda impresionaría a los muchachos, y concluí diciendo que tenía sólo una importante aclaración que hacer:
"No todos nosotros fuimos infectados," dije. "Uno de nosotros... practicó la abstinencia y se abstuvo."
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